
La innovación empresarial, junto con la creatividad, son temas que me apasionan. Mi trabajo como consultor, está enmarcado en la innovación empresarial, específicamente en la innovación tecnológica y de Internet. La innovación de hecho tiene muchas definiciones diferentes y yo he adoptado una en la cual la innovación es traer algo nuevo a una organización, no necesariamente algo nunca antes visto.
Miremos un ejemplo, el iPod, reproductor de música MP3 de Apple. Tuvo su primer lanzamiento en el año 2001 y junto a otros elementos, como la tienda de música iTunes, cambio la industria de la música y del consumo de música para siempre. Desde mi óptica, es innegable que el iPod fue revolucionario e innovador desde su lanzamiento.
Si analizamos el caso de iPod, nos daremos cuenta que si fue innovador, pero no 100% nuevo ni original. Unos años antes habían aparecido diferentes reproductores de MP3, que hacían algo similar a este aparato. La diferencia del iPod, radica en un mejor diseño, mejor interfaz y usabilidad y una mayor facilidad a la hora de transferir música entre el computador y el aparato. En cierta forma podríamos decir que el iPod es una copia mejorada de algo que ya existía en el mercado, y que los innovadores verdaderos fueron estos primeros MP3. Sin embargo, los MP3 son una extensión de otros predecesores como los Walkman y Discman, originarios de Sony (pero con múltiples marcas que le competían).
Así que el innovador original fue Sony con el Walkman. Pero nos daremos cuenta que el Walkman fue una evolución de reproductores de sonido que ya existían en el mercado, solo que no eran portátiles. Los «casetes» ya existían, los audífonos también, la diferencia era la portabilidad. Eso quiere decir que los innovadores fueron esos equipos de sonido. La realidad es que si seguimos explorando esta cadena, debemos devolvernos al pasado, al inicio del universo y el primer ruido creado, seguramente con el Big Bang. ¡El Bing Bang fue el innovador original, al producir el primer ruido!
La innovación es un elemento que le produce a las empresas una ventaja competitiva por cierto tiempo. Es por esto que se recomienda que las empresas innoven permanentemente, como parte de su estrategia y cultura. Solo de esta forma, se puede mantener un liderazgo con el paso del tiempo. Por lo mismo es que muchas empresas protegen sus innovaciones e invenciones, con patentes (las que lo permiten), secretos industriales, contratos de confidencialidad y más. Pero como lo mostré en el ejemplo anterior, no hay nada verdaderamente nuevo debajo del sol. Esto no quiere decir que debamos abandonar las protecciones, pero si quizás ser más realista frente a lo que esto implica.
Cuando iniciaba las operaciones de mi consultora hace más de 5 años, pensé mucho en la protección de mi conocimiento, algo que es usual entre los consultores. Sin embargo me di cuenta que esto no era necesario. Como consultor tengo mucho conocimiento que comparto con mis clientes y que estos eventualmente podrían usar para su propio provecho, sin pagar mis derecho de «inventor». La verdad es que esto no importa, pues aunque mi conocimiento, mis métodos y mis herramientas son importantes, lo que más vale es mi presencia como consultor (el ser el único Andrés Julián Gómez que maneja estos temas) y la de mi empresa.
De hecho, si alguien en algún momento quiere hacerme competencia y quiere averiguar los pormenores de cómo funciona mi empresa, se lo diré sin problema. Nuevamente, es que esto no es mi gran diferencial, ni lo que me ha hecho exitoso. De la misma forma, evito que mis clientes soliciten acuerdos de confidencialidad, pero en algunos casos el cliente exige firmarlos y lo hago.
Mi mensaje final, es que entendamos que la innovación es vital para el crecimiento, pero debemos entender su alcance. Emprendedores nacientes, así como empresas consolidadas, con frecuencia ponen demasiados esfuerzos en proteger sus ideas «nuevas y nunca antes vista», haciendo un desgaste que no siempre traerá los frutos esperados.
Imagen tomada de Flickr.com
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