La mayoría de emprendedores por naturaleza somos grandes soñadores. Partimos de un sueño, de una idea. Esta idea se convierte en nuestro motor, en nuestro futuro, en gran parte de lo que somos y lo que seremos. Este sueño y esta idea nos van a llevar muy lejos y a conseguir nuestras metas, que es la libertad económica, el éxito profesional y personal, y el poder ayudar a otras personas, entre otros aspectos. Y todo esto está bien, de hecho aquí en el «sueño» y la «idea» recae la belleza del emprendimiento. Por este sueño y esta idea es que el emprendedor lucha día a día, llegando muchas veces a realizar acciones extraordinarias.
Sin embargo yo considero que la idea es apenas la «cuota inicial» de cualquier emprendimiento. Claro, la idea es vital ya que sin esta no habría nada más. Y esta es una enseñanza muy valiosa que aprendemos todos los emprendedores y que hoy quiero compartir con todos mis lectores.
Cuando yo estaba en el bachillerato y teniendo unos 15 o 16 años cree mis primeros intentos de negocios. Antes había tenido ideas de emprendimientos, pero nunca los había sacado adelante ya que se quedaban en simples ideas. Pero cuando tuve la primera oportunidad de crear un negocio, decidí embarcarme en esta gran aventura. Cuando uno crea estas ideas el panorama es perfecto, casi como para tomar una foto, enmarcarlo y colgarlo en una pared. Todo parece ser color de rosa, puro sol y ni una sola nube. Pero la realidad es otra, a pesar de que hago la salvedad que igual es una