Hace unos 10 años, quizás más, cuándo estaba intentando formar mi primer proyecto emprendedor, con mis socios analizábamos diferentes opciones de acceso a capital para sacar adelante nuestro proyecto. Entre las opciones, estaban la banca, fondos gubernamentales, préstamos de amigos y capital de riesgo. La mejor opción siempre era el capital de riesgo, pero encontramos la triste realidad que en América Latina, era muy complejo acceder a este capital.
En ese entonces, no es que no existieran firmas de capital de riesgo, pues si existían. Sin embargo, estaban diseñadas para fondear proyectos de muchos millones de dólares y con un retorno casi seguro, por ejemplo, exploraciones petroleras. Para proyectos más pequeños, inferiores al millón de dólares, prácticamente no existía ninguna opción.